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¿Medalla de oro contra el machismo y la homofobia?

Michel Morganella, jugador de la selección de futbol olímpica de Suiza, disputa el balón con un jugador de la selección de Corea del Sur.
Por Ricardo Bucio Mújica, presidente del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación.
 
Hoy que aún saboreamos la medalla de oro de la selección de futbol en la reciente Olimpiada de Londres, cabe una pequeña reflexión sobre nuestra actuación como afición mexicana.
 
Durante los partidos de futbol donde juega la selección nacional o equipos mexicanos, entre ellos la final olímpica en Wembley, se ha vuelto común escuchar sin desparpajo el ruidoso grito de “¡puto!”. Miles y miles de aficionados en los estadios de México, y en el extranjero, lo repiten efusivamente cada vez que el equipo contrincante lanza un tiro libre, cuando un árbitro anula un gol o simplemente cuando el portero rival hace un despeje. Arropada con sus prejuicios, parece que la audiencia vigila desde las tribunas -quizás sin saberlo-, que el desempeño en la cancha sea “viril”, criticando a sus adversarios, que “no juegan como hombres” o “parecen mujercitas” cuando defienden los colores de sus clubes deportivos o sus países.
 
El grito de “puto” -al igual que “maricón”, “joto”, “puñal”, etc.- es expresión de desprecio, de rechazo. No es descripción ni expresión neutra; es calificación negativa, es estigma, es minusvaloración. Homologa la condición homosexual con cobardía, con equívoco. Pero es también una forma de equiparar a los rivales con las mujeres, haciendo de esta equivalencia una forma de ridiculizarlas en un espacio deportivo que siempre se ha concebido como casi exclusivamente masculino. El sentido con el que se da este grito colectivo en los estadios no es inocuo; refleja la homofobia, el machismo y la misoginia que privan aún en nuestra sociedad. Leonardo Cuéllar, director técnico de la selección femenil de futbol ha descrito cómo la técnica, los hábitos, o la condición física han sido factores muy complejos cuando las mujeres juegan este deporte, pero que lo más difícil son las barreras de los prejuicios.
 
Bajo recurrentes insultos y gritos, algunas “porras” o “barras” utilizan burda e impunemente un lenguaje y simbolismos cargados de estigmas y prejuicios contra la diversidad por tono de piel, nacionalidad, apariencia y preferencia sexual. Las expresiones racistas, clasistas, xenofóbicas, machistas y homofóbicas buscan descalificar, intimidar, negar, reducir y anular a sus rivales, equipos, entrenadores, afición o árbitros. Son incluso utilizados estratégicamente dentro de la cancha para tratar de desequilibrar, desconcentrar y sacar de balance a jugadores del equipo contrario. Ello es cómo celebrar los autogoles, los que se anotan contra la igualdad, y celebrar festivamente la intolerancia y el juego sucio.
 
Lamentablemente hemos sido testigos en muchas ocasiones de situaciones y expresiones generadas en la cancha y tribuna que se convierten en espirales de violencia, bajo el pretexto de una mal entendida afición que raya en el fanatismo. Cuando algo así sucede, las víctimas siempre son las personas más débiles. No son los directivos, ni las grandes estrellas, ni quienes controlan las porras. Lo que sucede en la cancha, y en la tribuna, no se queda ahí, como lo creen vehementemente muchos de quienes participan en este deporte.
 
El mundo del balompié ha sido históricamente manifestación popular de una cultura que aún decreta y asume la heterosexualidad como “superior”, cuya norma visible u oculta niega y ataca a la homosexualidad y a todo lo que se supone ella representa. Al ser parte de una cultura deportiva, socializada a través de los medios, ninguna persona está libre de discriminar o ser discriminada. Nadie escapa de la posibilidad de cometer o avalar -por acción, negación u omisión- acciones o expresiones que manifiesten la desigualdad de trato. Minimizar o negar un acto discriminatorio, disfrazándolo de ser “parte de un juego y de sus reglas, usos y costumbres” es aceptar la cultura de la discriminación como “normal o natural”, cuando no sólo no lo es, sino que además es ilegal e injusta. Es impulsar a gritos de “¡puto!” su legitimidad.
 
En México, de cara al Torneo Apertura 2012, la Federación Mexicana de Futbol presentó el pasado 16 de julio, el nuevo Código de Ética para el futbol mexicano, cuyo artículo 6º precisa: “Todo aquel involucrado, directa o indirectamente, con la FMF y/o sus integrantes, deberá respetar la dignidad de las personas y abstenerse de llevar a cabo cualquier acto discriminatorio por razones de género, raza, origen étnico, nacionalidad, opinión política, clase social, posición económica, religión, lengua o idioma, preferencia sexual o discapacidad”.
 
 
Esa misma ha sido la línea de la Federación Internacional de Futbol (FIFA), de los organizadores de la más reciente Copa América, y de federaciones nacionales como las de España, Argentina, Inglaterra o Bélgica, que han actuado en consecuencia estableciendo límites claros y sanciones contra equipos o contra la afición, y promoviendo acciones para incidir en la cultura deportiva. Baste decir que la única expresión permanente de la FIFA es contra el racismo y la intolerancia, a través de la campaña “Di no al racismo”, para combatir las conductas que injurian a personas por su tono de piel u origen étnico o nacional, ya que este problema se ha agravado en la actualidad, en donde el futbol se ha globalizado como nunca antes.
 
Los Estatutos de la FIFA, que deben observar todas las asociaciones y sus respectivos miembros, en su artículo 3 indica: “Está prohibida la discriminación de cualquier país, individuo o grupo de personas por su origen étnico, sexo, lenguaje, religión, política o por cualquier otra razón, y es punible con suspensión o exclusión”.
 
En Argentina, desempeña un gran papel el Observatorio de la Discriminación en el Futbol, que busca prevenir y analizar situaciones discriminatorias en este deporte. Con su labor, promueven el respeto y reconocimiento de la diversidad, realizando seguimiento y análisis sobre las conductas, contenidos y comentarios que incluyan cualquier discriminación, prejuicio, burla, agresión y/o estigmatización a distintos grupos o sectores de la población: aficionados, mundo del deporte (jugadores, técnicos, árbitros, etc.), periodistas, dirigentes de clubes y asociaciones de futbol. “El racismo, la xenofobia, la desigualdad de género y otras prácticas discriminatorias -dice el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi)- son una forma de violencia que no debe tener cabida en la sociedad, y el deporte tiene una importante función en la promoción de valores como el respeto mutuo, la diversidad, la deportividad y la no discriminación entre las personas”.
 
En México, los clubes de futbol podrían fortalecerse mucho como instituciones si desarrollasen acciones para atacar la discriminación dentro de sus espacios, y también proyectándose a la sociedad para influir positivamente en las canchas de escuelas, colonias y barrios, en zonas rurales y urbanas, desde la convivencia cotidiana. El futbol es un deporte que apasiona y hace soñar a mucha gente, muy especialmente a las y los niños, adolescentes y jóvenes, a nivel amateur,  aficionado, o profesional.
 
Aprovechemos la oportunidad que nos da este deporte, que es el que más se ve y practica en México, para que más mexicanas y mexicanos logren unirse y entretenerse y competir apasionadamente por un México de una forma igualitaria y justa, en donde no tenga cabida a homofobia, ni el sexismo, o el  clasismo. “Sí, el futbol tiene la magia-virtud de convertir la victoria de 11 en la de 112 millones”, como dice Genaro Lozano, seguro que podremos ganarle desde las tribunas a la discriminación por goleada, democrática y festivamente. El reto inmediato comienza en nuestras propias casas, mientras vemos los programas deportivos.
 
Comencemos la goleada erradicando el grito de “puto” de las canchas y de nuestra cultura social. Buscar eliminar esta práctica no es tratar de coartar la libertar de expresión, sino evitar la normalización del sexismo, machismo y homofobia, entendiendo que el ejercicio pleno de toda libertad, tiene que hacerse en el respeto a los derechos de los terceros, sin discriminación.
 
Publicado en animalpolitico.com   20 de agosto de 2012.